El testimonio de Sabrina Mansutti, italiana de 25 años que se ha sumado al equipo de ACDI colaborando con el fortalecimiento del programa de Padrinos Solidarios y, en esta ocasión, ha visitado a los niños de la escuelita rural de Parje Guemes, Nueva Pompeya.
Lic. Sabrina Mansutti
Asoma la mañana del 24 de Julio en Resistencia, son casi las 7 de la mañana. Con un poco de incertidumbre pero con una buena dosis de entusiasmo, a pesar del cansancio de casi 7 horas de viaje desde Santa Fe, espero para seguir mi viaje a Nueva Pompeya. Destino todavía incierto, y que difícilmente me hubiera podido imaginar tal como lo descubrí después de 430 km más de viaje, que incluyen unos 180 de rutas literalmente de tierra. Debo confesar que apenas comencé a adentrarme en el frondoso Impenetrable, entendí que este nombre no había sido ni un capricho ni un azar, sino una de las mejores descripciones para aquel paisaje poblado de palos borrachos, arbustos y largos esteros pantanosos. De vez en cuando asomaba un yacaré, sobrevolaba una charata o un chajà. Cómo se olvida uno de lo que es la naturaleza después de tanto tiempo en la ciudad.
Así el camino se abre y en medio de todo, wichis, tobas y criollos viven en lo que hasta el momento jamás podría haberme imaginado. Las casitas que albergan a familias de seis o a veces más, están desparramadas por todo el monte sin romper con el uniforme paisaje del Impenetrable. Algunas hechas de paja, otras de barro y mano, cuando no improvisadas con troncos. Sin cloacas ni agua corriente, la vida es un poco difícil, sobre todo a la hora de cubrir las necesidades.
Pasaron 14 horas desde mi partida de Santa Fe, ahora ya estoy ahí. Manos a la obra.
Mi misión: conocer la nueva directora de la escuela de Paraje Güemes, una pequeña comunidad que queda a 15 km de Nueva Pompeya. ¡Cómo pasa el tiempo!, pensar que ya pasaron diez años desde que el programa de Padrinos Solidarios se incorporó a la escuela. ¡Hoy son dieciséis los chicos apadrinados!
Mi guía de excepción Analia, que conoce la zona como la palma de su mano, no es una intrépida exploradora sino la ex directora de la escuela. Gracias a ella, en nada más ni nada menos que cuatro días, pude conocer todas las particularidades de ese nuevo mundo para mi.
Entre los árboles, casi perdida, se puede ver la escuelita, un pequeño edificio de tan solo tres aulas, una habitación que funciona como dirección y gracias a la ayuda de los padrinos la última en llegar, la cocina. Créase o no, durante mucho tiempo se cocinaba afuera, hasta que con tiempo y paciencia se quebró aquella costumbre para empezar a usar la nueva cocinita.
No se imaginen, como hacía yo, la clásica escuela de ciudad con todos los grados, porque esto no es así. En el monte, las cosas son muy diferentes y la educación no hace la excepción.
A la mañana esa casita que casi se le pierde a la vista entre palos borrachos y los arboles del monte recibe a los changuitos del jardín y de los dos niveles de la primaria. Pero no se crean que ahí se termina la jornada, ya que a la tarde llega un grupo de chicos, tan pequeño que entran todos juntos en la misma aula y por más raro que parezca son todos los alumnos de la secundaria.
Qué difícil va a ser olvidarse de aquella mañana de juegos y clases de primaria. Sobre todo de las sonrisas que me regalaron los nenes del jardín y del cariño de los chicos de la primaria. Rápido llegó y pasó la hora del almuerzo, que preparó una de las mamás. Poco a poco la escuela se pobló de los alumnos de la secundaria.
La entrega de una notebook, regalo de uno de los padrinos, es todo un acontecimiento que llena las caras de alegría y da a los chicos la oportunidad de estudiar. Para la escuelita de Güemes no se trata de un regalo cualquiera, sobre todo porque ahí se estudia con un programa de modalidad virtual, y esa notebook, que para algunos todos los días sirve de distracción, para los chicos de Paraje Güemes es bastante más que eso, después de todo les permite terminar con sus estudios.
Al otro día llegó la hora de conocer a las familia de los chicos. Analia me había contado que gracias al apoyo de los maestros y sobre todo a sus consejos muchas casitas de paja o barro se habían ido poco a poco convirtiendo en modestas pero cálidas casitas de ladrillo. No solo confirmé lo que ella me había dicho sino que también me di cuenta de la importancia del rol de la escuela que no solo tiene el mérito de educar, ya que que en estos años supo acompañar no solo a sus alumnos si no a las familias.
Son muchas las historias que escuché en esos días y sin dudas es difícil elegir cuál contar. Sin embargo, fue la historia de “Juana” las que más me dejó su huella. Con quince años no es solo una alumna de la escuela sino que se prepara para ser mamá. Juana, es una adolescente, pero su mirada valiente y orgullosa, a pesar de sus quince años es la de una mujer, que como ella me dice entre mates “no va a bajar los brazos”, y va a seguir estudiando para poder darle a su hijo que viene en camino un futuro mejor.
Ya llegó la hora de volver, pero las 14 horas de viaje a Santa Fe se ven con ojos distintos. Parecen pocas horas ahora que empecé a entender los tiempos del Impenetrable. Y sobretodo esos km parecen un recorrido tan chico en comparación con todo lo que se ha hecho en estos años en Paraje Güemes …y con todo lo que queda para hacer.