Editorial de Alberto Piatti, Secretario General de AVSI, en el Sussidiario.net
"Tener el coraje de admitir que la "seguridad" alimentaria es una ilusión, una garantía que ningún pueblo en la historia ha sido capaz de tener o dar"
La FAO tiene un nuevo director general: después de 18 años de Diuf, el brasilero José Graziano da Silva cubrirá este cargo. Fue elegido en la 37° Conferencia bienal de la FAO, con una pequeña diferencia sobre el candidato español, Miguel Ángel Moratinos Cuyaubé.
El nombramiento llega en un momento de cambio radical: se espera que José Graziano Da Silva pueda cumplir con los enormes desafíos del momento. El primer desafío es el aumento de precios de los alimentos, que está causando un enorme impacto sobre todo en los países en desarrollo, donde los precios triplicados inciden pesadamente sobre los presupuestos familiares que destinan al menos el 75% del mismo para su alimentación. No podemos olvidar que el creciente costo del "pan" ha provocado disturbios en 2008, pero también en el 2010 encendió la mecha en el norte de África, y podemos encontrar muchos ejemplos similares en la historia.
La explosión del precio de los alimentos tiene dos caras. Una, en línea con la crisi financiera mundial, relacionada con la economía de "papeles" que, a pesar de todo, hemos dejado sin gobierno. Esta cara es amenazante, por impredecible, caprichosa e incontrolable. Determina volatilidad en los precios que promete grandes resultados, pero a menudo traicionan y causan accidentes fatales.
La otra cara tiene las características de la esperanza: como nunca antes de este momento, un pequeño productor, por ejemplo, en Kenia, podría tener ganancias por su trabajo. Pero esto quedaría sólo en una ilusión si no hubiera intervenciones para que haya semillas de calidad, competencia técnica y medio para incluirse en la cadena de valor. Los pequeños productores fragmentados, con producciones imprevisibles y con productos de baja calidad no tienen la oportunidad de aprovechar esta oportunidad.
Sería una oportunidad solamente para los productores muy grandes, mecanizados, financiados. Un gran trabajo, pero posible, ya que representa la única alternativa real a la migración desesperada, a la urbanización, a la expatriación. Procesos que no estigmatizan tanto por el hecho de que generan incomodidades, sino porque son violentos y provocan el desarraigo y el empobrecimiento de la cultura de la que es protagonista la familia rural, que Benedicto XVI ve como custodia de preciosos saberes.
Un segundo desafío de nuestro tiempo es recuperar lo que el Papa Benedicto XVI llama "la alianza entre el hombre y la naturaleza, sin la cual la familia humana está destinada a desaparecer". En una cultura en la que esta relación es defectuosa y conflictiva, se deben restaurar las relaciones de manera inteligente, fecunda y constructiva. Como lo fue para nuestros antepasados europeos, que han trabajado la tierra en busca de la "seguridad alimentaria" pero a partir del deseo de belleza, armonía, verdad, de la certeza de la armonía de lo creado que Dios nos ha dado y que no es de nuestra propiedad. Así nació y creció la tradición alimentaria italiana, que sostiene el cuidado de la producción agrícola.
«La naturaleza está a nuestra disposición no como un «montón de desechos esparcidos al azar (Heráclito de Éfeso)», sino como un don del Creador que ha diseñado sus estructuras intrínsecas para que el hombre descubra las orientaciones que se deben seguir para «guardarla y cultivarla (Gén 2,15)». Pero se ha de subrayar que es contrario al verdadero desarrollo considerar la naturaleza como más importante que la persona humana misma. Esta postura conduce a actitudes neopaganas o de nuevo panteísmo: la salvación del hombre no puede venir únicamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista. Por otra parte, también es necesario refutar la posición contraria, que mira a su completa tecnificación, porque el ambiente natural no es sólo materia disponible a nuestro gusto, sino obra admirable del Creador y que lleva en sí una «gramática» que indica finalidad y criterios para un uso inteligente, no instrumental y arbitrario.» (Caritas in veritate, 48).
En esta cultura de la alianza entre el hombre y la naturaleza, radica lo que podemos definir como el tercer desafío para la nueva dirección de la FAO: la energía. Cerca de dos mil millones de personas carecen de acceso a energía estable y provechosa. Estas personas están excluidas del proceso de desarrollo. Pero incluirlos significaría un desequilibrio mundial. En realidad, el ritmo frenético de la vida moderna ya ha implicado gran parte de estas poblaciones, al tener que acceder a energía de una manera igualmente dañina para el planeta, ineficiente e irrespetuosa de la naturaleza: deforestación para producir carbón vegetal, acceso abusivo e ineficiente a las redes existentes, especialmente en las grandes ciudades. Un problema enorme, pero la humanidad tiene todas las condiciones para afrontarlo de un modo agudo e inteligente, fomentando la investigación, el uso de alternativas, e incluso recuperando estilos de vida adecuado y una mayor atención a las generaciones futuras.
Por último, hay un desafío cultural: tener el coraje de admitir que la "seguridad" alimentaria es una ilusión, una garantía que ningún pueblo en la historia ha sido capaz de tener o dar, porque la alimentación es fruto de un trabajo libre y no de mecanismos que la garanticen. La producción de alimentos es el resultado de una certeza sobre la vida y su significado. No existe la seguridad alimentaria, la garantía de acceso a comida adecuada en cantidad y calidad, sin una sólida confianza en que la realidad es dada e independiente y que además es amada por un Dios que se hizo hombre.
Es esta certeza la que impulsa a los agricultores a plantar árboles que darán fruto a largo plazo, tal vez incluso después de él; la certeza de que lo hace consciente del impacto de su trabajo en una realidad modificable pero no dominable, que lo proyecta más allá de su propia generación, confiando en el futuro de la familia humana. Posiblemente sea esto lo que deseamos del nuevo director de la FAO: la certeza de la armonía de la creación, de la libertad generativa de las personas y de la rica tradición de la que es resultado.